Al Atardecer
Con la tenue bajante del sol, en los calurosos y húmedos atardeceres de Buenos Aires, cotidianamente aparece raudo, un centellante colibrí que siempre se arrima presuroso a la colmada rosa china que se yergue, suprema, sobre un rincón de nuestro jardín. La danza que esgrime frente a la planta se repite diariamente y es casi una presentación obligada hacia su majestad oriental; antes de comenzar su intimidante búsqueda de las mieses que destila el herbolario paisaje. Este pequeño visitante, entiendo que es el mismo desde hace ya varios días, pero no puedo asegurarlo pues su presentación es tan fugaz como placentera. Busco la manera de observar lo más detenidamente posible su rasante vuelo y me es imposible llegar a describirlo con exactitud. Su aleteo veloz y constante no tiene descanso. Su implacable pico penetra las rosas amarillas en breves instantes y estas, gentiles, ofrecen su caudal de néctar de manera generosa, no como suelen retacearlo ante las laboriosas abejas. He obser...
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