Sueños
Cuando era niño acostumbraba a tener un sueño que se repetía muy a menudo. En él, me encontraba caminando por una solitaria playa en compañía de un perro de raza Schnauzer. La sensación de caminar descalzo con los pies en el agua era tan vívida como lo era la presencia del can yendo y viniendo por entre las olas calmas. Siempre en mis sueños miraba hacia atrás y podía ver el recorrido de nuestro rastro sobre la arena, que se vislumbraba de lejos en un ondulante trayecto.
Todas las noches, a pleno sol, el paseo comenzaba al pie de un majestuoso muelle, con su tenue aroma a madera entremezclado con el profundo y recio aroma marino. Tras varias cuadras de caminata, nos deteníamos para observar una caña de pescar clavada sobre la orilla con su hilo tensado por la aparente presencia de un pez que habría mordido el anzuelo. Esperábamos en silencio con la mirada fija en el horizonte la aparición del pescador, en vano, pues luego de varios minutos, percibiendo que nadie se acercaría a la caña a recoger el botín, emprendíamos nuevamente el paso levantando nuestra vista.
En ese momento nos sorprendíamos al descubrir en la lejanía de la costa una serie de nubarrones de amenazante postura que se acercaban velozmente. El viento aumentaba a medida que la tormenta se cernía sobre nosotros. A partir de ahí mi fiel compañero de sueños daba rienda suelta a sus ladridos y a una presurosa carrera en busca de su destino. Cada noche era el mismo ritual, unos segundos después que el Schnauzer se marchaba, yo salía a toda prisa en su busca, siguiendo sus huellas que a cada paso se hacían más profundas y certeras que las de nuestra apacible caminata inicial.
Sus huellas se distanciaban cada vez más y su tamaño iba en aumento, crecían hasta cuestionarme su motivo. Cuando finalmente encontraba a la mascota, este se había convertido en un gigantesco San Bernardo que yacía agitado esperando mi aparición.
A su lado y ya de noche, junto a una fogata a punto de consumirse, nos preparábamos para descansar. A dos o tres pasos de distancia se hallaba un leño que entre ambos lográbamos arrojar al fuego para avivarlo nuevamente, con la esperanza que nos abrigara durante la noche.
Es en ese preciso momento donde siempre me despertaba. Luego de observar por unos breves instantes a mi alrededor, acomodaba mi hocico entre mis patas e intentaba volver a soñar.
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