Kimiku

 Nuevamente, Kimiku está revolviendo toda la casa en busca de sus lápices. No logra recordar (como la mayoría de las veces) dónde los ha dejado.

Su padre la observa sonriente, sabiendo que, una vez que los encuentre, se acomodará suavemente bajo el rayo de sol que se filtra por las ventanas, y pasará horas dibujando y pintando aquellos maravillosos paisajes que emanan de su mente tan fantasiosa. Dejará boquiabierto, otra vez, a su padre, renovando con cada obra terminada el cariño tan especial que tiene por ella.

Kimiku es la única mujer en la casa. Su papá quedó viudo cuando Kimiku apenas tenía dos años y, por ende, ella no ha conocido o, por lo menos, no recuerda a su madre.

Sus cuatro hermanos varones son mayores que ella y siempre están ocupados para jugar con ella o acompañarla durante parte del día, por lo que Kimiku ya está acostumbrada a divertirse sola.
Sus amigas son las de la escuela, pero solo puede relacionarse con ellas durante el tiempo diario que pasa allí; pero como es sábado, es tiempo de jugar con sus habilidades…

En una cultura tan tradicional como la japonesa, la creatividad de Kimiku queda reservada para que la disfruten aquellos que viven con ella o algún que otro visitante que se acerque a su hogar para hablar de negocios con Hiyosu, por lo que muy pocos saben de sus dotes.

Ese día, sin embargo, Hiyosu, a pesar de sentirse feliz viendo cómo su hija buscaba los elementos para comenzar a dibujar, no dejaba de preocuparse por los problemas económicos que se sucedían uno tras otro en su negocio. Su hija, en su ir y venir por la casa, se percató de esta situación y decidió que, una vez que encontrara sus cosas, dedicaría el esfuerzo de esa tarde a sorprender a su padre.

Kimiku dibuja incansablemente y, como muy pocas veces, sigue a pesar de que el sol ya se ha marchado, por lo que prende y apaga diferentes luces hasta que se siente nuevamente a gusto para continuar, recostada sobre el piso del cálido salón.
Con sus delicadas manos y su profunda mirada, traza líneas, esfuma contornos, colorea sombras y perpetúa imágenes que solamente ella puede trasladar al papel.

Luego de horas de dedicarse a su pasión, ve terminado su trabajo.

Ya es entrada la noche. Sus hermanos ya están durmiendo e Hiyosu se encuentra pensativo, parado junto a una ventana contemplando cómo el crepúsculo da paso a la noche.
Kimiku se acerca muy suavemente sin hacer el más mínimo ruido, pues se halla descalza, como lo ha estado casi todo el día.
Con un tierno toque sobre la espalda de Hiyosu, consigue que él preste atención y se incline a examinar tres hermosos dibujos que su preciosa hija le muestra.

Para su sorpresa, esta vez los paisajes no son inventados; son una muestra impecable de las capacidades que Kimiku tiene para el arte.
En el primer dibujo se ve fielmente expuesto el famoso jardín Adachi, una de las planicies más hermosas que tiene Japón.
En el segundo se ve la cascada Nachi, la más alta de todo el país, junto al templo, cuyo nivel de detalle es por demás llamativo.
Por último, el monte Fuji, con su nieve constante en su gigantesca cumbre, reluce a la perfección sobre la hoja.

Hiyosu acaricia la cabecita de su pequeña hija que, con tan solo siete años, le ha hecho disfrutar de una espléndida estadía recorriendo el jardín, admirando sus variedades de plantas y flores, y cosechando sus aromas. Ha podido trasladarlo hacia una travesía, complaciendo su sed de aventura trepando al borde de la cascada en busca de mejores parajes; y finalmente, de la hazaña más trascendental: llegar, de su mano, al pico más alto de nieves eternas, la gloria del Japón.

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