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Mostrando las entradas de julio, 2025

Mi pueblo

  Un letargo infinito  somete impávido  el paisaje ancestral  de mi humilde pueblo.  Su tosca figura  se ve clamorosa y urgida  de vivencias pasadas,  de habitantes con brío.  El remanente de antaño,  se resiste con fuerza  recorriendo el camino,  a pesar del destino.  Hacia lejanos parajes  se desangró nuestra savia  nutriendo ciudades y barrios  de recuerdos genuinos.  De anécdotas y costumbres  se llenaron las casas  se colmaron sus aires  de fragancias con tino.  Trasladó su abundancia  de respeto y cultura  de consejo y ternura  hacia el concreto más frio.  Concluyó la esperanza  del terruño adorado  de mi pueblo enjaulado  en su tristeza y olvido.

Colina

En una colina al norte del pueblo vive un viejo andrajoso y ermitaño. Sus días transcurren cazando animales: algunos por necesidad, la mayoría por placer. Su único contacto con los habitantes del pueblo es para vender las pieles que consigue. No se le conocen familiares ni amigos; no ha tenido amores ni suspiros. Solo siembra sangre y cosecha con brio. Su rifle siempre está reluciente. Lo considera su gran aliado, su sustento, su amigo. Un niño del pueblo lo sigue a escondidas, observando con admiración su destreza. Sin quererlo, se convierte en su testigo. — En una habitación de una de las pequeñas casas del pueblo vive un niño triste y solitario. Sus noches transcurren soñando que caza animales junto a unos amigos. En sus sueños, algunos los caza por placer; la mayoría, por odio. Su escaso contacto con la familia se reduce a maltratos y desprecio. No tiene amores ni amigos. Solo anhela sembrar sangre y cosechar olvido.

Goles perdidos

  Las historias de los goles perdidos son infinitas. Se nutren, alimentan y crecen desmesuradamente. Lo hacen en forma exponencial por una simple razón; la necesidad de convertirlos, de estallar con un rugido por el ingreso de la preciada pelota en ese maldito y endemoniado arco. Un mal cabezazo, un golpe mordido, una pifia, una pared no devuelta, un centro que quedo corto o uno que se pasa de largo, la cara del arquero o su espalda, la pierna del defensor o su rodilla, cualquiera de los palos o el travesaño, la parte “externa” de la red, la zambullida de un defensor. En fin… El afán desmedido por introducir el balón en la portería ha socavado al más pintado de los goleadores; los de fina estampa o los mastodontes de área; los petisos escurridizos o los torpes longos. Los atrevidos y audaces, o los más tímidos y retraídos. En definitiva, ¿qué es perderse un gol? Porque cabe aclarar, hay cosas en la vida que, con esperar, llegan. La primavera, los dieciocho, el fruto de un árbol...

Sueños

  Cuando era niño acostumbraba a tener un sueño que se repetía muy a menudo. En él, me encontraba caminando por una solitaria playa en compañía de un perro de raza Schnauzer. La sensación de caminar descalzo con los pies en el agua era tan vívida como lo era la presencia del can yendo y viniendo por entre las olas calmas. Siempre en mis sueños miraba hacia atrás y podía ver el recorrido de nuestro rastro sobre la arena, que se vislumbraba de lejos en un ondulante trayecto. Todas las noches, a pleno sol, el paseo comenzaba al pie de un majestuoso muelle, con su tenue aroma a madera entremezclado con el profundo y recio aroma marino. Tras varias cuadras de caminata, nos deteníamos para observar una caña de pescar clavada sobre la orilla con su hilo tensado por la aparente presencia de un pez que habría mordido el anzuelo. Esperábamos en silencio con la mirada fija en el horizonte la aparición del pescador, en vano, pues luego de varios minutos, percibiendo que nadie se acercaría a la...

Al Atardecer

  Con la tenue bajante del sol, en los calurosos y húmedos atardeceres de Buenos Aires, cotidianamente aparece raudo, un centellante colibrí que siempre se arrima presuroso a la colmada rosa china que se yergue, suprema, sobre un rincón de nuestro jardín. La danza que esgrime frente a la planta se repite diariamente y es casi una presentación obligada hacia su majestad oriental; antes de comenzar su intimidante búsqueda de las mieses que destila el herbolario paisaje. Este pequeño visitante, entiendo que es el mismo desde hace ya varios días, pero no puedo asegurarlo pues su presentación es tan fugaz como placentera. Busco la manera de observar lo más detenidamente posible su rasante vuelo y me es imposible llegar a describirlo con exactitud. Su aleteo veloz y constante no tiene descanso. Su implacable pico penetra las rosas amarillas en breves instantes y estas, gentiles, ofrecen su caudal de néctar de manera generosa, no como suelen retacearlo ante las laboriosas abejas. He obser...